La crescentia alata o cujete es un árbol sagrado de los mayas, conocido por sus ramas grises y retorcidas, así como por su porte ornamental. Este árbol crece de manera silvestre en las zonas tropicales, alcanzando alturas de entre cinco y catorce metros. En México, se encuentra en los estados del sur como Yucatán, Oaxaca, Quintana Roo, Chiapas, Campeche, Tabasco, Guerrero, Veracruz y Michoacán.
En Oaxaca, este árbol es conocido como “morro” o “jícaro”, mientras que el recipiente que se fabrica con su fruto se llama “jícara”. En otras regiones, se le conoce como totuma, tapara, cuatecomate, güiro o guaje cirial. La cáscara del fruto es liviana, leñosa, lisa y resistente a las condiciones ambientales, así como a plagas y enfermedades. Desde tiempos precolombinos, este árbol ha sido utilizado en la artesanía, la medicina tradicional, la alimentación humana y otros usos artesanales. Además, existen árboles que producen frutos de diferentes tamaños y formas, lo que permite la creación de una variedad de utensilios y recipientes adaptados a diversas necesidades y usos.
Existen diversas técnicas para la elaboración de la jícara en diferentes estados del país. Para crear estos recipientes se necesita saber el tiempo de maduración del fruto, que tarda de cinco a seis meses, esto determina el grosor y la durabilidad de la cáscara. Para elaborar una jícara común, se marca y corta el fruto por la mitad con precisión para evitar ralladuras, se extrae toda la pulpa, se hierve con agua durante media hora y finalmente se lava y se deja secar.
Una jícara más artesanal es la labrada, cuyo proceso de elaboración requiere paciencia, amor, pasión, orgullo y curiosidad. Las jícaras labradas suelen presentar dibujos de ardillas, venados, armadillos, pájaros o la flora y fauna de la región. Debido al minucioso trabajo que implica, estas jícaras son más caras. Los artesanos oaxaqueños aprenden este oficio desde temprana edad, entre los siete y diez años. Las familias venden sus jícaras principalmente en las alegres ferias de los pueblos oaxaqueños, ya que antes no contaban con algún mercado en específico donde pudieran venderlas.
Otra manera de decorar las jícaras es con una técnica que usan en Michoacán, aunque es de ese estado este tipo de jícara es muy representativa en Oaxaca, especialmente para servir la tradicional bebida de los dioses “el tejate”. La técnica decorativa se conoce como “laque” o “maque”, de origen prehispánico. Los colores se obtienen de minerales, animales y vegetales, como el negro del tizne, el amarillo de la flor de cempasúchil y el rojo de la grana cochinilla. Estos pigmentos se mezclan con piedra de cuarzo molido y se aplican con la palma de la mano. Se utiliza aceite de semilla de chía, mezclado con grasa de un gusano llamado cocuyo aje, para lograr un acabado plastificado e impermeable, dando a la pieza una apariencia de estar encerada o barnizada.
El primer recipiente de la historia de la cocina prehispánica también se utiliza para elaborar contenedores de líquidos, sonajas y otros objetos útiles. En Oaxaca, la jícara se emplea para beber agua o bebidas típicas como atole, pulque, mezcal, tepache, tejate, etc. También sirve como contenedor para maíz, frijol, semillas, hierbas secas y otros ingredientes usados en la cocina.
Sin embargo, las jícaras han sido reemplazadas por recipientes de plástico y vidrio, que son más económicos debido a su elaboración a partir de petróleo. Esto ha provocado una disminución en la venta de jícaras, obligando a muchas familias artesanas a buscar otros oficios o trabajos para obtener mayores ingresos.
Las jícaras tienen una profunda importancia cultural en Oaxaca, especialmente en la preparación y consumo de bebidas tradicionales. Estas jícaras no solo servían como utensilios funcionales, sino que también simbolizaban la conexión con la naturaleza y el respeto por los recursos naturales. La tradición de usar jícaras se ha transmitido de generación en generación, reflejando la rica herencia cultural y la habilidad artesanal de los oaxaqueños. A pesar de la modernización y la competencia con materiales más económicos, las jícaras siguen siendo un emblema de la identidad oaxaqueña y un testimonio vivo de nuestras raíces ancestrales.
Hasta el día de hoy tenemos presentes estos recipientes en la cocina oaxaqueña, especialmente en las clases que impartimos en Etnofood, donde los utilizamos para poner los ingredientes de los platillos vegetarianos que creamos. ¡Si te interesa vivir esta experiencia no dudes en hacer tu reservación!
Recuerda que también contamos con el recorrido por el mercado más diverso de Oaxaca, el mercado de abastos o central de abastados, en el cual podrás probar las diferentes bebidas tradicionales en estos interesantes recipientes naturales. ¡No te olvides de reservar tu lugar!
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